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Crónica: La gente como moneda de cambio

  • Foto del escritor: Zenzontle
    Zenzontle
  • 2 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

Yovana Pérez Flores


La gente de México vive en medio de un fuego cruzado; entre la delincuencia organizada y la corrupción del gobierno, maliciosa y desastres naturales, últimamente entre un virus y la inestabilidad económica. Todos estos males provenientes de una descomposición social e hipercapitalismo son sublimados bajo capas del poder en tabúes y secretos a voces como pasteles de mil hojas.



El narcotráfico es uno de esas capas igual que la prostitución y los monopolios, enterrados en la psique social y la económica del país, son esqueletos en el armario esperando que se manifiesten en notas que eventualmente se cubrirán de polvo y caerán de sorpresa ante los pies de una nueva generación.



Para contextualizar; la suave patria que nos acoge proviene de una conquista sangrienta, siglos de menosprecio y la crisis económica de 1994 donde, los grandes crímenes y justificaciones permitieron estados gobernados por un poder clandestino que tiene a la gente como una moneda de cambio; el ejemplo más claro es el sexenio de Felipe Calderón que al retar al narco dejó en claro que el único perdedor siempre será el pueblo.



El 17 de octubre del 2019 como ahora, en una tarde calurosa por el clima y las noticias recientes, un video asombra por el intento de narrar los hechos, sólo para alcanzar a decir “hay una fuerte balacera…” mientras el fondo está cubierto por los sonidos de las armas y las balas chocando con cualquier superficie; otros vídeos muestran a padres con sus hijos en el suelo y otros más graban los hechos en la marisquería El Torito donde un hombre, como ave de mal agüero anunció la tragedia.



El caos en Culiacán derivó en una tarde de bloqueos, quema de autos, balaceras y fuga de reos tras el operativo mediocre según la opinión de Alfredo Perdiguero, subinspector de la Policía Nacional de España, él declara: “nunca hay que permitir que delincuentes armados impongan su ley por encima de la ley y la justicia. Muy mal ejemplo al resto de la ciudadanía”.



Al día siguiente, el 18 de octubre, muchos dijeron que, soltar al hijo del Chapo fue lo correcto para preservar la tranquilidad y paz; la mayoría estuvieron de acuerdo. Este acto desenmascaró a los gobernadores como autoridades mediocres y a la narco-cultura como un mal necesario para el país; y nuevamente, el narco fue vanagloriado en series que se consumen como pan caliente, y corridos que justifican sus actos corruptos e inhumanos.



Lo anterior, explica noticias como la del 17 de abril del 2020, en la que se declara que Alejandrina, hija del Chapo Guzmán, apareció en varios canales de noticias bajo el título “Reparte despensas en tiempos de pandemia”. La intención de esa nota es limpiar la imagen su padre, como si fuera un Robin Hood preocupado por la suave patria y con lo que se espera que la ciudadanía continúe en el convite status quo que les permite seguir con sus actividades ilícitas.



A una semana de aquel acto “desinteresado” y cuando la ciudadanía menos pensaba que la situación empeoraría, el 23 de junio, un sismo matutino sacudió la tambaleante estabilidad mental de las personas como el florero estrellado que terminó cayendo al encontrarse cerca del borde de la mesa.



Tres días después, el viernes 26 de junio, un atentado contra el secretario de Seguridad evidenció la fragilidad del Estado frente a la fortaleza del narcotráfico… otra vez. Los semblantes fueron diversos al escuchar esta noticia, semblantes que iban de la indignación a la indiferencia por las víctimas, y por los agresores resonó como el eco de las cavernas solitarias bajo la Malintzi. La impotencia del quehacer mexicano ante la seguridad pública viajó en un vacío caminar por el anochecer de la esperanza.



A tres días del enfrentamiento en paseo de la Reforma con armas de calibre militar, se mostró nuevamente que las balas suenan para sus propios fines, no parece haber respuesta para detener el dominio de la delincuencia organizada, estos actos reiteran que los delincuentes no merecen ningún tipo de respeto, el pueblo debe valorarse ya que no es moneda de cambio.



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