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Es necesario leer las mayúsculas

  • Foto del escritor: Zenzontle
    Zenzontle
  • 29 jul 2023
  • 4 Min. de lectura

Isabel Sánchez Vázquez

Antes que nada, debo decir que este es un ejercicio recomendado por mi doctor, realmente no sé qué dictarle a la mano, a decir verdad, no me gusta hablar mucho o convivir, quizá por eso mis hijos no me visitan; sin embargo, ordenes son órdenes, y todo sea por librarnos pronto de ese doctor, soy afortunado, porque yo no sé leer ni escribir, pero la mano debió pertenecer a alguien estudioso.



Yo tenía una vida tranquila, me dedicaba a ser albañil. Un día estaba cargando la revolvedora, cuando uno de mis compañeros, quien me tenía mala fe, la encendió, según él sólo para bromear, este suceso sólo causó que me rompiera la mano. Debido a que no tenía mucho dinero, decidí ir con un huesero, además el doctor más cercano me daba desconfianza, se decía que tenía cadáveres en su casa, a los cuales les quitaba la piel, él se defendía diciendo que no sólo era médico, sino investigador y lo hacía por el bien de todos.


Al pasar los días me vi en la necesidad de visitarlo, pues mi mano no mejoraba y comenzó a perder la circulación, tuvo que amputarla, pero afortunadamente me ofreció un trasplante de mano, con la única condición de visitarlo todos los días para registrar mi avance, al menos hasta que estuviera completamente sano, supuse que no era tan malo como decían.



Seis días después de mi operación, todo lucía bien, aunque era notoria la diferencia entre el color de piel y lo maltratada que estaba mi otra mano a comparación de la nueva, eso me hacía sospechar, que el dueño de la mano no fue un hombre que trabajara de sol a sol como yo. El tiempo siguió pasando y conforme me iba recuperando, la mano comenzaba a tener un extraño comportamiento.


Creo que hasta cierto punto era normal, ella se encontraba en un lugar diferente con una persona diferente, pues en cuanto pudo moverse sin el vendaje, lo primero que hizo, fue aferrarse a una pluma y no dejar de escribir, ni siquiera requería de papel, lo hacía por todas partes, en las paredes del consultorio, en la mesa o en la batas blancas, siempre escribía varias veces las mismas palabras o repetía los mismos renglones, esto preocupó al doctor, entonces me prohibió dejar a su alcance cualquier herramienta con la que pudiera escribir, ya que sólo debía obedecerme.


Un mes completo el doctor obligó a la mano a escribir y hacer únicamente lo que yo le ordenará, si ella no lo hacía, la castigaba con pinchazos, choques eléctricos o los clásicos manazos, era extraño, pero no me dolía; por otra parte, la mano lucía agotada después de cada sesión, lo máximo que lográbamos era que ella escribiera lo que dije, pero de una forma distinta, al leerme los dictados parecían discursos políticos, tenían más elegancia, más bonitos, nada más lejos de realidad.



En ocasiones al regresar a casa, me parecía verla llorar, se acurrucaba en forma de puñito y su palma hacía los mismos movimientos que una persona al sollozar, levantaba lentamente sus deditos hacía la ventana y con desilusión los volvía a bajar, aunque habían días en que se apiadaba de mí, preparando el desayuno sin la necesidad de forcejear con ella, también se mostró humilde cuando al fin accedió a trabajar en las obras, entre el cemento, los machucones, raspones y la tierra, teníamos que seguir trabajando, pero ahora sólo pequeños encargos de albañilería, no quiero jugar con mi suerte.


Sucede que… Tras haber perdido la mano, me fui encariñando con ella y para evitar su tristeza, en las noches al estar solos, la dejaba escribir lo que quisiera, eso la animaba, pero escribía de una forma diferente, más paciente, y no solo renglones o palabras, llenaba hojas completas, tachaba palabras, hacía flechas incluso las firmaba, su firma era fácil de reconocer, eran las únicas letras distintas a las demás. Regresé al consultorio sólo para avisar que estaba mucho mejor y que ya no era requerida su ayuda, pero le estaría eternamente agradecido. Ojalá se me hubiera ocurrido una mejor idea.


Con el pretexto de haber dado mi palabra, el doctor se negó a que dejará de asistir. Al parecer era necesario sentir con la mano nueva, no bastaba con obedecerme. “Seguramente no falta mucho para conseguirlo”, “ten paciencia”, eso me dijo. Al menos yo, no lo veía necesario, tampoco me parecía correcto los ejercicios de dictado ni de obediencia. Después de mucho discutirlo acordamos, que para evitar los castigos y la fatiga de visitarlo, podía hacer los dictados en casa, siempre y cuando él pudiera revisarlos todos, sin excepción alguna, a pesar de que la mano hacía un buen trabajo escribiendo, lo correcto era escribir tal cual yo lo decía, me intenté oponer a esto último… “¡Oh, recuerde! ¿Cuánto ha costado llegar hasta aquí? Mucho, demasiado y si le di esa mano, también puedo quitársela”.



Una y otra vez intento convencer al doctor de mi completa salud, de nada sirve. Tengo curiosidad de leer los escritos de la mano, pero como odio deber favores y sobre todo dar a conocer mi ignorancia, se me acaba de ocurrir que ella puede enseñarme a leer, tal vez sea complicado. Imaginarme leyendo un libro me da mucha ilusión, podría pasar por profesor, claro siempre y cuando me limite a decir palabras que me enseñe la mano. La he regado mucho, de lo que he dicho no lo puede saber el doctor. Ahora tendremos que empezar de nuevo.

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